El milagro chileno en nuestro camino mochilero (1971)

El milagro chileno en nuestro camino mochilero (1971)

Al iniciar el viaje mochilero por Suramérica para visitar a nuestro gran amigo el “Che”, en Buenos Aires, teníamos muy claro que debíamos gastar el mínimo posible en los trayectos de ida y de vuelta, pues cada uno contaba apenas con quinientos dólares para toda la aventura, que cada uno se ganó durante un año de trabajo. Por eso Juan José había escrito a los Colegios La Salle, solicitando alojamiento en cada ciudad de paso, además de viajar siempre en el medio de transporte más barato posible. Así nos trasladamos a Panamá en Ticabús y llegamos luego hasta Valparaíso, Chile, en tercera clase del barco italiano Donizetti, bordeando toda la costa pacífica de América del Sur, para arribar finalmente por tren a Santiago. En la estación Mapocho abordamos, llenos de ilusión, un taxi que nos condujera al Colegio La Salle, donde nos dijeron de forma cortante que no podían hospedarnos. Seguíamos allí mismo, en la acera frente al Colegio, cuando Gonzalo, un muchacho boliviano, al ver nuestra gran frustración, nos preguntó sobre lo que nos pasaba e indicó que tenía unos amigos que tal vez podrían ayudarnos. Entonces nos condujo a la “Casa Pastoral de Juventudes”, situada a un par de cuadras de distancia, donde descubrimos que estábamos en la sede del Movimiento Palestra de Chile, al cual Juan José y yo pertenecíamos desde hacía años en Costa Rica. ¡Así comenzó para nosotros el milagro chileno! Una hora más tarde participábamos de una misa juvenil, junto a los nuevos amigos y amigas, quienes nos ofrecían su hospitalidad para nuestra estadía en Santiago. Los dos líderes principales, Pancho Solanich y Fernando Lizana, pasaron la noche en bolsas de dormir, igual que nosotros, en una casa deshabitada que les habían cedido. Al día siguiente nos consiguieron alojamiento y comida gratis por semana y media en el convento de los frailes capuchinos. Con la familia Lizana compartimos aquella Nochebuena y nos siguieron invitando con gran calidez a diferentes casas durante toda la temporada en Chile. Incluso al viajar al Sur, hasta la ciudad de Constitución, en la desembocadura del río Maule, nos acogieron por un par de días los frailes de ese convento. En la tarde del 31 de diciembre nos trasladamos en auto con Pancho, Fernando y Gonzalo hasta Valparaíso. Allí recibimos el Año Nuevo de 1972, ante la vista nocturna de la bahía, mientras los buques iluminados sonaban sus sirenas y un inolvidable juego de pólvora alegraba el cielo de medianoche. Después seguimos en una fiesta muy sana de jóvenes palestristas en Viña del Mar hasta el amanecer, para regresar el primero de enero a Santiago. La víspera de nuestra partida, los nuevos amigos chilenos nos despidieron muy fraternalmente, antes de continuar la travesía por tierra hacia la Argentina. Habíamos llegado a Chile sin conocer a nadie y, al partir, dejamos a decenas de jóvenes y familiares conocidos, con quienes compartimos afecto y amistad. ¡Grande es la providencia de Dios al andar por sus caminos!

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