Juan Pablo II en su viaje a Costa Rica y América Central (1983)

La tarde en que llegó Juan Pablo II a Costa Rica, mucha gente se volcó para verlo pasar durante el trayecto entre el aeropuerto Juan Santamaría y el Seminario Mayor de Paso Ancho, donde se reuniría con los obispos de la región. Nosotros decidimos saludarlo en el tramo de la autopista que está frente al Hotel Cariari. Así logré parquear la camioneta del otro lado de la vía y dejamos a Claire Marie, de seis meses de edad, dormidita en el asiento de atrás. Nos fuimos entonces María Helena, Marcel y yo, junto con mi mamá, a ubicar en la valla del medio de la pista, mientras seguíamos por la radio los discursos a su llegada. La emoción creció cuando anunciaron que ya se había subido al Papamóvil y que venía en camino hacia nosotros. Fue así como lo vimos muy de cerca y, según mi mamá, el Papa se volvió, justo hacia ella, para darle su bendición.

Al día siguiente, visitó por la mañana el Hospital Nacional de Niños y hacia el mediodía celebró la misa campal ante multitud de fieles en la Sabana. Por la tarde se reuniría con los jóvenes en el Estadio Nacional, un evento que le correspondió organizar a nuestro amigo, el padre Fernando Muñoz. Él nos consiguió entradas a Carlos Alonso y Dorita, a Lucas y a mí, para sentarnos en la tarima principal, muy cerca de él, al costado oeste de la cancha. Así que nos fuimos desde temprano hasta Rohrmoser, cerca de la Nunciatura, donde él había ido a almorzar y a descansar un poco tras las actividades de la mañana.  De manera que nos quedamos por la esquina norte, al frente del edificio y con buena vista del balcón principal, desde donde salió a saludar y decir unas palabras, para luego dirigirse a la Catedral, con anterioridad a nuestro encuentro. Muy contentos de haberlo visto por segunda vez, nos fuimos a ubicar en nuestros lugares asignados, dentro del estadio, colmado de jóvenes a reventar.

Para cuando el Papa regresó con nosotros ya había atardecido y en otro Papamóvil descubierto le dio la vuelta a la pista, mientras la multitud de muchachos lo saludaba agitando pañuelos blancos. ¡Fue un espectáculo digno de presenciarse! Posteriormente nos dirigió a todos la palabra con un discurso memorable en el que, como profesor universitario, sintetizó su mensaje en varios “Sí” y varios “No”, sobre lo que debíamos hacer o no para vivir la vida cristiana a plenitud. Ante cada una de esas afirmaciones, la juventud allí reunida coreaba al unísono su respuesta entusiasta, lo que complacía al Papa. 

Entre otras cosas, aquella tarde cantamos con él, en polaco, la canción tradicional de ese país «Sto lat», que yo ya conocía por los cumpleaños de mis amigos de ascendencia polaca en Michigan. Nos habían entregado la letra de ese canto, en el que se expresan buenos deseos de salud y larga vida a una persona, y la practicamos de previo a su llegada. Realmente salió muy bien y él se sumó con su voz de barítono al cantar el estribillo, concluyendo al final con un gesto simpático de complicidad hacia todos nosotros. Tras despedirse, se subió al Papamóvil, que estaba colocado en la pista al oeste de la tarima. Entonces varios corrimos a situarnos al lado del auto, antes de que éste arrancara. Como el chofer se demoraba en partir, él se nos quedó viendo con una sonrisa, apenas por unos instantes, que quedó registrada para siempre en mi memoria. Yo tenía en mis manos la cámara, pero ni se me ocurrió intentar tomarle una foto. Fue en verdad un momento mágico, imposible de olvidar, junto a este gran hombre que prosiguió desde allí su camino hacia la santidad.

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