La Niña Esther de Mézerville, una tía abuela cercana y famosa (1953)

La Niña Esther de Mézerville, una tía abuela cercana y famosa (1953)

Mis recuerdos más antiguos de mi tía abuela Esther de Mézerville, a quien cariñosamente llamábamos “Teté”, se remontan a sus visitas a nuestra casa todos los jueves por la noche. Allí compartíamos la cena y luego nos leía personalmente un cuento ilustrado, antes de dormir, que traía siempre de regalo cada semana. Posteriormente se quedaba un rato platicando con mis padres. Parece ser que, de infante, yo continué usando chupeta por mucho tiempo e incluso cargaba una de repuesto por si acaso. De manera que una noche en que Teté se sintió un poco mareada, durante su visita semanal, le aconsejaron recostarse en un sofá junto a mi camita para reponerse. Yo tendría poco más de dos años y cuentan que, al verla malita, le dije para animarla: “Teté, ¿quiere chupeta?”. Nada sabía yo, en ese entonces, de que ella había sido nombrada en 1949 como la primera “Mujer del Año” en Costa Rica. Así nuestro país le reconocía su liderazgo en las luchas sociales por los derechos de la mujer. Ella fue también directora destacada del Colegio de Señoritas y del Colegio Metodista, además de fundar las “damas voluntarias” de la Cruz Roja y una sociedad benéfica que llevaba su nombre, la “Asociación Esther de Mézerville”, que apoyó por muchos años al Hogar de Niños de Fray Casiano de Madrid. Incluso aparece como personaje relevante en una de las novelas del escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, Premio Cervantes 2017, donde retrata su significativa influencia sobre la reconocida escritora Yolanda Oreamuno en su época colegial. Sin embargo, en nuestro entorno inmediato la recordamos, sobre todo, por sus sabios consejos, su calidez y su cercanía. La casa en barrio la Granja, donde vivió por años con las hermanas Madrigal Nieto, era el punto de encuentro de mis papás, tíos y primos los días de Navidad, pues ella fue siempre un puente de unión entre las dos ramas de la familia de Mézerville, la de Tres Ríos y la de San José, una tradición de reunirnos que aún cultivamos.

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Entrenando con el fondista nacional Rafael Ángel Pérez (1968-69)

Entrenando con el fondista nacional Rafael Ángel Pérez (1968-69)

Durante mi último año de la secundaria tuve el privilegio de compartir de cerca con Rafael Ángel Pérez, una vez incorporado al equipo de atletismo del Colegio La Salle. El profesor Augusto Pila Teleña no sólo era el entrenador nuestro, sino también de la selección nacional de atletismo, por lo que las prácticas las realizábamos junto con los atletas mayores. Entre ellos, el más renombrado era Rafael Ángel Pérez, quien ya había ganado la prueba de maratón Max Tot, de Guatemala y, en los años siguientes, lograría triunfar en varias carreras tan famosas como las de Coamo, en Puerto Rico, y San Silvestre, en Brasil, donde venció incluso a la élite del fondismo mundial. Además, se le reconocía ya como el gran campeón en las justas de larga distancia de los centroamericanos de atletismo. Debido a la camaradería existente entre los atletas del profesor Pila, compartí muchas horas con Rafael Ángel durante aquellos entrenamientos y en las competencias en que participamos juntos.

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Alternando con las verdaderas estrellas del Saprissa (1963 y 1964)

Alternando con las verdaderas estrellas del Saprissa (1963 y 1964)

Don Ricardo Saprissa fue amigo de mi tío Yiyi, con quien competía en torneos de tenis durante los primeros años de su llegada a Costa Rica. No obstante, la relación frecuente ocurrió al adquirir él la estación de gasolina frente al Gimnasio Nacional, donde antes estuvo el famoso bar “El Ranchito”. Esto propició que nos tratáramos más de cerca y que me invitara, junto con otros muchachillos del barrio, para acompañarlo y entrar de gratis al Estadio Nacional cuando jugaba Saprissa. Entre ellos estaba el futuro gran delantero Francisco “Chico” Hernández, dos años mayor que yo, quien ya destacaba en los infantiles del Saprissa. También fue por influencia de don Ricardo que se me dio la oportunidad de unirme a la división menor del Club Mamenic FC, de la categoría “Mosquitos”, que estaba constituida por la reserva de jugadores saprissistas en edades entre 12 y 14 años, quienes terminamos campeones esa temporada y subcampeones a la siguiente con un excelente equipo.

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El tío Enrique, gran figura de la Galería del Deporte Nacional (1959)

El tío Enrique, gran figura de la Galería del Deporte Nacional (1959)

Desde 1982 mi tío Enrique de Mézerville forma parte de la Galería del Deporte en Costa Rica. Como portero del Herediano compartió honores con Eladio Rosabal Cordero, Claudio Arguedas y otras glorias de entonces, ganando su primer campeonato en 1924, cuando era un jovencito de 18 años, hasta integrar el equipo tetracampeón entre 1930 y 1933. En la época de los años veinte, en que se permitía la carga contra los guardametas, a menudo regresaba a su casa con el pecho desgarrado por los tacos de los delanteros contrarios. Esas tardes dominicales mi papá lo curaba y él prometía dejar el futbol, aunque sus propósitos no duraran más que hasta el siguiente domingo. Si bien el “Team Florense” fue siempre el equipo de sus amores, el Club Fortuna, campeón de Cuba, lo integró de refuerzo a su plantilla en una gira suramericana, en 1930, junto a otros costarricenses como Alejandro Morera, «Chizeta» Rojas, Hernán y Oscar Bolaños, el «indio» Buroy y José Antonio Hutt. De hecho, los guardametas Enrique de Mézerville y Ricardo “El Manchado” González fueron los embajadores del arco isleño durante aquella gira. Mi papá contaba la anécdota de que una vez, durante sus estudios de Medicina en Bélgica, para su sorpresa se encontró en una barbería de Bruselas una revista deportiva donde aparecía una fotografía de su hermano Enrique realizando una gran atajada, en un juego internacional jugado en Lima, Perú. Muy orgulloso le dijo al barbero que ese portero tan destacado era su hermano, a lo que éste le respondió: “Sí, claro, y yo soy Napoleón”. Tuvo que enseñarle su documento de identidad para que constatara su nacionalidad y su apellido, pues no le quería creer.

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