Desde 1982 mi tío Enrique de Mézerville forma parte de la Galería del Deporte en Costa Rica. Como portero del Herediano compartió honores con Eladio Rosabal Cordero, Claudio Arguedas y otras glorias de entonces, ganando su primer campeonato en 1924, cuando era un jovencito de 18 años, hasta integrar el equipo tetracampeón entre 1930 y 1933. En la época de los años veinte, en que se permitía la carga contra los guardametas, a menudo regresaba a su casa con el pecho desgarrado por los tacos de los delanteros contrarios. Esas tardes dominicales mi papá lo curaba y él prometía dejar el futbol, aunque sus propósitos no duraran más que hasta el siguiente domingo. Si bien el “Team Florense” fue siempre el equipo de sus amores, el Club Fortuna, campeón de Cuba, lo integró de refuerzo a su plantilla en una gira suramericana, en 1930, junto a otros costarricenses como Alejandro Morera, «Chizeta» Rojas, Hernán y Oscar Bolaños, el «indio» Buroy y José Antonio Hutt. De hecho, los guardametas Enrique de Mézerville y Ricardo “El Manchado” González fueron los embajadores del arco isleño durante aquella gira. Mi papá contaba la anécdota de que una vez, durante sus estudios de Medicina en Bélgica, para su sorpresa se encontró en una barbería de Bruselas una revista deportiva donde aparecía una fotografía de su hermano Enrique realizando una gran atajada, en un juego internacional jugado en Lima, Perú. Muy orgulloso le dijo al barbero que ese portero tan destacado era su hermano, a lo que éste le respondió: “Sí, claro, y yo soy Napoleón”. Tuvo que enseñarle su documento de identidad para que constatara su nacionalidad y su apellido, pues no le quería creer.
Asimismo, él reforzó a la Liga Deportiva Alajuelense en su exitoso viaje a México, a fines de 1931. Allí enfrentaron a los mejores equipos del balompié azteca, tales como el América, el Atlante, el Necaxa y el Marte, con un saldo de tres victorias, dos empates y una sola derrota. Yo de chiquito escuchaba esas historias sobre mi tío, pero no podía imaginármelo realizando aquellas grandes atrapadas. Hasta que en un paseo familiar a Río Oro de Santa Ana, mi papá, quien también jugó futbol aficionado en Costa Rica y en Europa, se puso a hacerle tiros a nuestro querido “Tío Quique” en un marco improvisado. Lleno de admiración vi que él era capaz, a sus cincuenta y tres años, de lanzarse con elasticidad hacia ambos lados y atajar pelotas de forma asombrosa estirándose a gran velocidad en el aire. Al hacer esta retrospectiva histórica he comprobado con satisfacción que mi tío Enrique, junto con el “Manchado” González, fueron los dos primeros porteros que militaron con éxito en un club foráneo, lo que abrió la senda para esos grandes guardametas costarricenses que han triunfado en el extranjero, hasta el éxito inigualable de Keylor Navas en el Real Madrid.