Las circunstancias que unieron las vidas de mis antecesores fueron extraordinarias, pues cada uno de mis cuatro abuelos nació en un país diferente y sin nada que anticipara sus futuros encuentros. El bisabuelo Emile de Mézerville llegó a Guatemala procedente de Francia a los doce años, junto con su madre Amelie y su hermanito Camile, apoyados por la familia Samayoa. De hecho, el apellido que adoptaron al entrar a ese país no existe en otras partes, aunque lo asociamos con el nombre de su pueblo de origen en el sur de Francia. En Guatemala don Emilio se casó, años después, con doña Noemí Ossaye, de origen francocanadiense, y tuvieron seis hijos. El tercero de ellos fue mi abuelo Camilo, nacido en Antigua Guatemala, quien se trasladó a Costa Rica a sus dieciocho años, junto con su madre ya viuda y el resto de sus hermanos, todos aún solteros. A nuestro país ingresaron por Puntarenas un 14 de agosto de 1898, según consta en un documento sellado de la época. Una vez establecido en San José, él contrajo matrimonio con Felicia Quirós Quirós, una de las hijas de don Justo Quirós Montero, residentes en lo que entonces llamaban San Juan del Murciélago, hoy Tibás, al norte de San José. Por otra parte, mi abuelo materno, Alejandro Zeller Julia, era nieto de Gustav Ludwig Heinrich Zeller, un alemán proveniente de Hamburgo, quien trabajaba en una compañía de barcos. Aquello hizo que desembarcara, cierta vez, en las costas de Puerto Plata, en República Dominicana, por asuntos de su trabajo. Allí se enamoró de una joven del lugar y se casó con ella. No obstante, poco después enviudó, y optó por casarse con su cuñada para tener descendencia. Con el tiempo, mi abuelo Alejandro, a sus 18 años, buscaba nuevos horizontes y, tras una corta estadía en los EE. UU., donde no se adaptó debido al inglés, se vino en barco hasta Limón. En San José tenía un primo que le brindó acogida, por lo que desechó el viajar a Venezuela como su destino final. Acá conoció a mi abuela Emilia Audrain, asimismo de origen francés y nacida en la Habana, Cuba, cuya familia, en ese entonces, se había mudado a Costa Rica. Los matrimonios de mis dos pares de abuelos ocurrieron para comienzos del Siglo Veinte y, a estas alturas del Siglo Veintiuno, ya son varias las generaciones de sus descendientes radicados aquí. Esto me hace pensar que las probabilidades que yo tenía para nacer, de tales abuelos, eran menores que las de la mayoría de los habitantes de este planeta.
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