Yo nací el 27 de julio de 1951, a las 2 pm, en el Hospital San Juan de Dios, donde mi padre laboraba como médico y cirujano. La noche anterior, mis papás fueron al cine a ver la película de Pedro Infante “Sobre las olas”. Parece ser que ese famoso vals del compositor mexicano Juventino Rosas me estimuló a nacer. El hecho es que, tras regresar a la casa, poco después comenzaron las contracciones. Me bautizaron el 15 de agosto, Día de la Madre, en la iglesia de Santa Teresita, ya que mis padres vivían a dos cuadras al norte del templo. En mis primeros meses, mi mamá sufrió de una depresión postparto y lloraba mucho mientras me amamantaba. Aquello me producía una gran ansiedad, que luego tuvo secuelas importantes durante mi vida ya mayor. La consecuencia de aquel tiempo traumático para ambos fue que, a mis dos meses de edad, yo empecé a perder peso, en lugar de ganarlo, lo que causó mucha preocupación. Años después, ella me contaba que durante las noches iba a observarme a mi cuna, para ver si estaba bien, por el temor de que me hubiese muerto. Eso hizo que mi papá me llevara con el pediatra Carlitos Sáenz, como lo llamaban cariñosamente, quien fue su excompañero, copensionario y amigo en la época de la Facultad de Medicina en Bélgica. Él prescribió que me dieran una leche fortificada, además de pedirle a mis tías que me alzaran durante el día, mientras mi mamá iba superando su depresión. Pronto volví a aumentar de peso y mi pediatra se cercioró, durante mi infancia, de que creciera saludable. También me regalaba un dulce para premiar mi buen comportamiento al final de cada consulta. De esta forma, el Dr. Carlos Sáenz Herrera fue el primer personaje famoso que conocí y, aquella, la primera crisis que superé en mi vida.
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