El discurso de Jimmy Carter en el Hotel Hilton de Washington DC (1980)

El discurso de Jimmy Carter en el Hotel Hilton de Washington DC (1980)

Como director de la denominada Oficina del Convenio Internacional de Rehabilitación, OCIR, entre la Universidad del Estado de Michigan y la Caja Costarricense del Seguro Social, tuve la oportunidad de asistir, en abril de 1980, a la Reunión Anual del “Comité Presidencial sobre Empleo de las Personas con Discapacidad”, la cual fue inaugurada por el propio presidente de EE. UU., Jimmy Carter, en sus últimos meses de gobierno. Me tocó hospedarme en el Hotel Hilton de Washington DC, donde se realizó el encuentro, y participé con una ponencia sobre la Rehabilitación en Costa Rica, así como en un simposio internacional junto con representantes de Irlanda, Brasil, Unión Soviética, Ghana y Suiza. Durante aquellos días visité varios lugares emblemáticos de la ciudad, tales como el Monumento a Washington, los alrededores de la Casa Blanca y el edificio del Congreso, donde pude estar durante una sesión del Senado de los Estados Unidos, acompañado por personeros de la sede en Michigan, de nuestro Convenio Internacional de Rehabilitación, UCIR-OCIR.

Para la inauguración de ese magno acontecimiento, el mandatario Jimmy Carter nos ofreció el discurso principal, en medio de toda la pompa que rodea la aparición del presidente de los Estados Unidos en un evento oficial. Él hizo su entrada al gran salón de conferencias, al igual que su salida al terminar el acto, por una puerta lateral que da a la acera, frente al Hotel, la cual yo usaba a menudo durante las actividades de la Conferencia. Aquel era un año electoral y, en noviembre, Ronald Reagan fue electo como nuevo presidente de la nación. 

Me causó gran sorpresa cuando, el 30 de marzo del año siguiente, en que Reagan tenía apenas 69 días de haber asumido la presidencia, éste sufrió un intento de asesinato, justamente cuando venía saliendo del Hotel Hilton, en Washington, donde yo me había hospedado. El presidente quedó gravemente afectado tras recibir un balazo, que le entró por la axila izquierda y continuó su recorrido hasta alojarse en su pulmón, a menos de tres centímetros del corazón. Casi a punto de morir, él fue hospitalizado y lograron extraerle la bala en una cirugía. También fueron heridos, durante el atentado, su secretario de prensa, James Brady, al igual que uno de los guardaespaldas del presidente y un oficial de policía, si bien todos sobrevivieron. John W. Hinckley Jr., el hombre que trató de matar a Reagan, fue declarado no culpable por motivos psicológicos. Por treinta y cinco años él permaneció en reclusión, dentro de un centro psiquiátrico y bajo supervisión médica, hasta agosto del 2016 cuando fue liberado por un tribunal federal, al no constituir ya una amenaza para otras personas. Ahora bien, en lo que a mí respecta, al mirar aquel día las noticias por la televisión y ver emerger al presidente Reagan, precisamente por esa misma puerta que me resultaba tan familiar, aquello me impresionó bastante. En mi caso, me sentía impactado no solo por el intento de magnicidio, del que él se recuperó totalmente, sino, sobre todo, por la vívida impresión de haber estado allí, en ese preciso lugar, justo unos meses antes de que éste ocurriera.

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