Los nombres del Licenciado Hernán G. Peralta y de don Julián Marchena son ampliamente reconocidos en el contexto cultural de nuestro país. Cada uno dejó una huella profunda en la vida nacional, el primero, en el ámbito de la historia y, el segundo, de la poesía. En cuanto a mí se refiere, me agrada recordarlos, especialmente, por el estrecho vínculo de amistad que supieron cultivar entre sí a lo largo de los años. En particular, mis tíos Hernán y Lolita de Peralta fueron figuras fundamentales desde que era muy pequeño y durante la primera mitad de mi existencia. Con ellos residí un par de veces, mientras mis padres estaban de viaje, primero en mi etapa preescolar y, luego, a mediados de mi adolescencia. Siempre supe que el tío Hernán era alguien notable. A él, no solamente se le conocía como abogado e historiador, sino, además, como destacado jurista y miembro de media docena de asociaciones y academias de historia, en España y en América Latina. Pero, en especial, se le recuerda como a un notable hispanista y presidente, por muchos años, de la Academia Costarricense de la Lengua. Durante su vida publicó varias obras históricas de gran relevancia, entre las que destacan “El Pacto de Concordia” y “Las constituciones de Costa Rica”. En 1965 obtuvo el premio Magón, el mayor reconocimiento que otorga el país en el ámbito de la cultura.
Don Julián Marchena, por su parte, fue un insigne poeta y también miembro destacado de la Academia Costarricense de la Lengua. Asimismo, dirigió por mucho tiempo la Biblioteca Nacional en San José. Muchas de sus poesías como “Vuelo supremo”, “Viajar, viajar”, “Lo efímero” y “Romance de las carretas”, ya forman parte de la memoria colectiva de Costa Rica. Particularmente “Alas en fuga”, su único libro, es considerado uno de los textos clásicos que han tenido mayor arraigo en la literatura nacional.
Cuando el tío Hernán se pensionó de su cargo como secretario del Banco Nacional, esta institución quiso honrarlo, en su jubilación, con el encargo de escribir la historia bancaria costarricense. Por tanto, le ofreció oficina y el apoyo de una secretaria personal para realizar esta labor. Lamentablemente, unos meses después, en 1970, lo atropelló una bicicleta, frente al Correo, y quedó incapacitado para continuar con ese gran proyecto. Durante los años siguientes experimentó en su casa otra caída, que lo afectó mucho, además de sufrir de un herpes zoster facial y de hernias inguinales. En medio de tantas situaciones que lo dejaron inválido y ciego, un verdadero amigo fue constante en visitarlo todas las semanas, por más de una década, hasta su fallecimiento: Don Julián Marchena. Recuerdo que le leía libros, en voz alta, como “Biografía del Caribe”, de German Arciniegas, lectura que aderezaba sus conversaciones. Nosotros admirábamos ese ejemplo de constancia y entrañable amistad, al punto de considerar a don Julián como a un pariente cercano. Esto me dio la confianza, en cierta ocasión, de compartirle algunos de mis poemas, por lo que me estimuló a seguir escribiendo. Más aún, tras la muerte del tío Hernán, ocurrida el 9 de enero de 1981, a manera de obsequio para nuestra próxima boda, él quiso autografiarnos su libro “Alas en fuga”, con una dedicatoria que María Helena y yo valoramos mucho: “Fueron y ahora son uno que nunca volverá a ser dos”.
Si usted desea leer más anécdotas como ésta, puede descargar gratuitamente el libro completo Por esos Caminos de Dios: Anecdotario biográfico ilustrado de Gaston de Mézerville Zeller. Descárguelo aquí: https://gamahel.com/libros/