Cuando fui invitado, entre enero y febrero de 1998, a impartir otro curso a formadores de Seminarios provenientes de todo Brasil, en la ciudad de Belo Horizonte, resultó una semana muy intensa, por lo que mi amigo el padre Álvaro Pinzetta se preocupó de sacarme una tarde a la ciudad, mientras los participantes realizaban su actividad de grupos. Por tal razón, nos fuimos a un centro comercial donde pude comprarle un detallito de joyería a María Helena, además de comernos algo sabroso en los puestos de comida. Sin embargo, el momento cumbre de esa salida fue cuando él me señaló a un señor, que venía saliendo de una tienda, y me dijo de quién se trataba. Era nada menos que el reconocido futbolista Tostão, a quien una vez había gozado de verlo realizar filustrías con el balón, en nuestro Estadio Nacional, jugando con su club de toda la vida: el Cruzeiro. Eduardo Gonçalves de Andrade, por su nombre completo, nació allí mismo, en la ciudad de Belo Horizonte, y llegó a integrar la mejor delantera brasileña de todos los tiempos, junto a Pelé, Jairzinho, Gerson y Rivelino, como parte de la selección ganadora del Campeonato Mundial de 1970 en México.
En ese torneo a él se le designó como el jugador más destacado y es reconocido internacionalmente entre los mejores futbolistas sudamericanos del Siglo Veinte. Se caracterizaba por su gran control del balón y sus pases magistrales, además de poseer una gran técnica y extraordinaria visión de juego. Todo esto hizo que lo apodaran, en su tiempo, como el «Pelé blanco». Desafortunadamente, a causa de una lesión en el ojo tuvo que abandonar la práctica del deporte, con tan sólo 26 años. Quizás debido a los tratamientos a que tuvo que someterse, tras retirarse del fútbol, estudió Oftalmología, y, posteriormente, se reincorporó al mundo deportivo laborando en periodismo y como comentarista por la televisión. Más aún, en esos meses en que pude conocerlo, él acababa de publicar un libro titulado “Recuerdos, opiniones y reflexiones sobre el Fútbol”. Por supuesto que nunca hubiera narrado esta anécdota de no ser por el padre Pinzetta. Él fue quien lo reconoció al pasar por esa tienda y, no sólo me llevó a saludarlo, sino que le insistió en tomarse una foto conmigo, ya que yo venía de Costa Rica y era un gran admirador suyo.
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