Al año siguiente de la muerte del actor Mario Moreno, más conocido como “Cantinflas”, me invitaron a dar un nuevo curso latinoamericano de formadores en Cuernavaca, México. Debido a mi gran afición por las películas de Cantinflas, yo venía consiguiendo en San José algunos fascículos ilustrados sobre su vida, por lo que decidí aprovechar mi estadía en la Ciudad de México para obtener el resto. Una vez ubicada la dirección de la Fundación que realizaba tal publicación, un chofer amigo me condujo hasta allí y me emocionó mucho verme en una casa que perteneció a Cantinflas, con cuadros originales del actor y poder conseguir la serie completa de fascículos de su vida.
Cinco años más tarde, María Helena y yo tuvimos la oportunidad de visitar Querétaro, invitado como conferencista en la XIV Asamblea Anual de Encuentros Cristianos de Integración Matrimonial, ECIM, con una asistencia de unas 250 personas. Una decena de parejas líderes de ECIM nos atendieron amablemente y, además de las actividades oficiales, organizaron momentos de tertulia y giras turísticas. Entre ellos estaban José Luis Cruz y su esposa Sylvia. Él nos paseó por el centro histórico, para luego conocer el acueducto que atraviesa la ciudad hasta el Convento de la Cruz. Ese día, compré un VHS de la película “El Padrecito”, por lo que al regreso le conté a José Luis de mi afición por Cantinflas. De pronto, me interrumpió para preguntarme si sabía quién era su esposa Sylvia. Ante mi extrañeza, me reveló que ella era la hija de don Miguel M. Delgado, el director que filmó la mayoría de esas películas. Aquello me colmó de asombro y, en su casa, se pusieron a compartirnos fotos de las filmaciones de Cantinflas y anécdotas sabrosísimas. A José Luis y a Sylvia los hemos visitado un par de veces más y seguimos siendo amigos a la distancia.
En cuanto a mi afición por Cantinflas, en una veintena de viajes a México he ido completando una colección de 30 figuritas de resina, en las que se representan 20 de sus películas de todas las épocas, que muestro con agrado.
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