1917. Se quema la casa familiar de don Justo Quirós, frente a la iglesia del Carmen.
Un evento memorable en la vida de la familia de Mézerville Quirós fue el incendio de la casa de don Justo, su abuelo, ocurrido durante la noche del 28 de diciembre de 1917. Los hijos mayores, Julio, Margarita, Jorge y Enrique, tenían ya entre once y trece años, mientras que Eugenia y Hortensia eran niñas escolares y Felicita había nacido apenas unos meses antes. Todos se asustaron muchísimo de ver quemándose las cortinas de la casa, mientras los sacaban en pijamas a la calle. Por su parte, Jorge contaba que esa noche, antes de acostarse, había mirado con orgullo la medalla atlética ganada a fines de año como corredor de los cien metros en el colegio. Hortensia, de siete años, y su hermana Eugenia, de nueve, no lograban consolarse por la pérdida de las muñecas recién recibidas en Navidad. Desgraciadamente, todo se había perdido en el incendio y la familia tuvo que pasarse a vivir por un tiempo a la finca de Tibás, como ya lo habían hecho, junto con los primos Quirós, durante la época del terremoto de 1910, antes de volver a reinstalarse en San José. En adelante, siempre se acordarían con dolor de aquella trágica noche en el Día de los Inocentes.
1910 a 1930. Las vacaciones de los primos Quirós en la finca Los Diamantes.
El hecho de que don Camilo fuera el administrador de la finca “Los Diamantes”, en Guápiles, lo hacía permanecer la mayor parte del tiempo lejos de su familia. Por tal razón, se conservan cartas y tarjetas en las que sus hijos le expresaban su cariño, además de narrarle eventos importantes. Tal circunstancia permitía, a su vez, que todos los primos Quirós, nietos de don Justo, pasaran su temporada de vacaciones en esa finca. Esto incluía la gran aventura de tomar el tren del Atlántico, entre San José y Siquirres, hasta llegar a la estación de Línea Vieja, en una travesía memorable durante sus años infantiles y juveniles. Además, su estancia juntos los unió mucho a lo largo de la vida y les permitió, a su vez, tener un contacto directo con la naturaleza exuberante de esa región y con la gente sencilla que laboraba en la finca. De su amistad veraniega con algunos de los niños de por allá surgieron historias inolvidables, que luego contaban a sus propios hijos. Como las aventuras de un muchachito negro llamado “Papazón”, amigo de ellos, quien era tan buen jinete que en las carreras de caballos, que se organizaban para los festejos del pueblo, los muchachos mayores lo golpeaban con el chilillo para hacerlo caer, pero él terminaba ganándoles a todos.