Mons. Dom Helder Cámara viene con nosotros hasta la UCR (1971)

Mons. Dom Helder Cámara viene con nosotros hasta la UCR (1971)

Al obispo brasileño Dom Helder Cámara se le consideraba el “obispo rojo”, pues fue un acérrimo defensor de los derechos humanos durante la dictadura militar brasileña de los años 60s y 70s. Él decía: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista”. Con esa fama llegó a Costa Rica, en el año 1971, a un encuentro ecuménico de líderes eclesiales que luchaban por la justicia, reunidos en el Centro Metodista de Alajuela. En la Universidad queríamos conocerlo y se contrataron tres autobuses para movilizar hasta allá a un buen número de estudiantes. Yo iba junto con algunos compañeros de la Acción Cristiana Universitaria, ACU, y nos acompañaba el Dr. Óscar Enrique Mas Herrera, muy identificado con nuestros ideales, quien nos había dado alguna charla en otra ocasión. Con el tiempo, él llegaría a ser uno de mis buenos amigos. Al arribar al lugar del encuentro, empezamos a pedir con grandes aclamaciones, desde la acera del frente, que Dom Helder saliera a saludarnos. Cuando por fin lo hizo, justo empezó a llover, por lo que coreamos que se viniera con nosotros hasta la UCR para poderlo escuchar, en esa misma tarde, y así recibir su mensaje. Él aceptó y se lo trajeron en un auto hasta San Pedro, seguido por nosotros en un ambiente eufórico de cantos festivos al haber logrado nuestro propósito.

Cuando estuvimos ubicados en el auditorio de Ciencias Económicas, con un lleno a reventar, Dom Helder Cámara empezó a hablarnos de una forma cálida y personal. Nos hizo ver que vivíamos en un continente de violencia, donde era necesario luchar por la justicia social. Atacó a la gente de derecha que se aferraba a sus privilegios a toda costa, mientras los izquierdistas de la UCR lo aplaudían con gran entusiasmo. Entonces, se volvió hacia estos estudiantes y, con palabras de gran convencimiento, les dijo que también ellos necesitaban cambiar, comenzando por sí mismos, pues de nada serviría transformar las estructuras de la sociedad, si el corazón humano seguía siendo egoísta. En fin, nos parecía escuchar a un padre sabio aleccionando a sus hijos y nadie se atrevía a contradecirlo, sino que todos asentíamos con gestos de aprobación. Una ovación de pie fue la respuesta unánime del auditorio ante la exhortación que nos hizo. Cuando iba saliendo por el pasillo lateral, donde yo estaba, pude estrechar su mano por un instante con mucha gratitud. Los estudiantes lo rodeaban y él se desplazaba con lentitud hacia la salida. Entonces me fui por el otro lado hasta la entrada del edificio, para esperar a que pasara junto a mí, rumbo al parqueo. Al tenerlo de nuevo enfrente le extendí el periódico Universidad, con una foto suya en la portada, y le pedí que me la firmara. Lo acompañaba el obispo metodista Federico Pagura, otro gran defensor de los derechos humanos y del ecumenismo en Latinoamérica. Dom Helder tomó mi lapicero y apenas pudo escribir una “H”, como inicio de su nombre, pues don Federico, quien ya me conocía y apreciaba por ser el papá de mi amiga Ana Rita, me vio con ojos de desaprobación e insistió en que ellos debían salir rápido. Mons. Dom Helder Cámara apenas me miró y me devolvió el lapicero, como excusándose de no complacerme, y siguieron adelante hasta el auto que los esperaba para llevarlos de regreso a Alajuela. En verdad yo no necesitaba de su firma, estampada en un periódico. ¡Pero su testimonio de vida y su mensaje dejaron una impronta grabada para siempre en mi corazón!

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