Después del viaje a México, María Helena y yo nos fuimos a Salamanca para preparar, durante un par de semanas, la defensa de su tesis doctoral. Era el mes de noviembre y hacía un frío pavoroso. No obstante, en una de esas noches, no tan helada como otras, ella quería descansar temprano y me dirigí al centro antiguo de Salamanca, donde se había convocado a un concurso de “tunas”.
Así se les llama en España a las muy conocidas “estudiantinas” universitarias, también populares en otras ciudades de Hispanoamérica, las cuales cantan alegres canciones de serenata con sus guitarras y panderetas. El punto de partida, en Salamanca, era la plazoleta frente al antiguo claustro de esa Universidad centenaria, fundada en el Siglo Trece por Alfonso X, el Sabio, la primera en España y tercera entre las famosas universidades de Europa. Desde allí, las distintas estudiantinas iniciaban su recorrido artístico, además de posar para las fotografías de quienes se lo pedíamos y hasta ponerse a bailar, espontáneamente, con algunas señoras encantadas de poder hacerlo.
Siguiendo una tradición de siglos, las tunas recorrían primero la Calle de los Libros, hasta pasar junto al templo de la Clerecía y la Casa de las Conchas, al compás de las animadas notas de sus instrumentos y de sus voces melodiosas. La gente, muy alegre, les aplaudía a su paso y se involucraba con ellos, incluyendo situaciones, fuera de programa, como un canto informal alrededor del auto de un compañero, que llegaba atrasado, o el ingreso en un abastecedor de carnes, para cantarle a las dos encargadas que les habían gustado al pasar.
Así fuimos acompañando a las distintas tunas, uniformadas con sus capas a la antigua y sus cintas multicolores, hasta la Plaza Mayor de Salamanca, la más vistosa y elegante de España. En ella entraron, zigzagueando, entre los arcos que la rodean, para desembocar en el propio frente del edificio que ocupa la Municipalidad y que preside este maravilloso conjunto arquitectónico.
En ese lugar, cada una de las estudiantinas interpretó, por turnos, sus tres o cuatro canciones más llamativas, rodeadas por una entusiasta multitud. Sin embargo, era evidente que las dedicaban a las personas asomadas por el balcón principal, quienes servían como jurado del concurso para elegir a la mejor de aquellas vivaces tunas, que continúan trasmitiendo, hasta el presente, esa vieja tradición tan enraizada en estas ciudades españolas de gran abolengo.
Al terminar esa maravillosa velada, yo regresé muy emocionado a nuestra habitación, para compartirle a Lena toda la experiencia. Así nos comimos un sándwich de atún, con papitas tostadas y un buen vaso de vino tinto, mientras le mostraba las fotos que había tomado. Posteriormente, utilicé esa secuencia de fotografías, tan emblemáticas, del paso de las tunas por las callejuelas antiguas de Salamanca, para preparar un fotovideo musical que, eventualmente, subí a Youtube, donde se ha convertido en el mayor éxito de todas mis producciones. Hasta el día de hoy, ese evocativo video, titulado “Noche de tunas en Salamanca”, continúa recibiendo las visitas de cientos de miles de personas, provenientes de diversas culturas, quienes, a su vez, me anotan comentarios halagadores y me expresan su gratitud desde muy distintos lugares del mundo.
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