En las reuniones familiares anuales de los de Mézerville, iniciadas al celebrar el día del centenario de la llegada a Puntarenas de la bisabuela Mimí, con sus seis hijos solteros, el 13 de agosto de 1898, ciertas tradiciones se han consolidado durante las siguientes dos décadas, las cuales no sólo enriquecen la convivencia, sino que hacen de cada encuentro un evento muy esperado con mucha ilusión y que es especialmente valorado por todos los asistentes.
Así, esta actividad ha comenzado, durante los primeros casi veinte años, con una misa en la que recordamos a los miembros fallecidos de la familia, hasta cuatro generaciones atrás, además de interceder por los familiares presentes o ausentes, para pedir la ayuda de Dios en nuestras realidades particulares. Nuestro encuentro familiar del año 2000 sentó la pauta, seguida desde entonces, de dedicar un rato para ponernos al día sobre noticias relevantes de quienes desean relatar eventos especiales, tales como nacimientos de hijos, graduaciones o viajes a lugares interesantes. Así, Cristine contó, en esa vez, sus vivencias como Miss Costa Rica Mundo, León comentó una experiencia médica exitosa, su hijo Roberto narró para nosotros un viaje reciente y yo les mostré mis libros de “Madurez Sacerdotal y Religiosa”, acabados de publicar.
Para entonces ya habíamos decidido que la reunión anual se realizara siempre durante el mes de marzo, en lugar de en agosto, como ocurrió en aquella primera ocasión. Esto garantiza, casi siempre, que resulte un día veraniego para nuestro almuerzo al aire libre y que los niños puedan gozar de distintas opciones recreativas a lo largo del día.
Por la tarde, además, los mayores organizamos la acostumbrada mejenga de fútbol, animados por una barra que aplaude las buenas jugadas y goza con los fallos estrepitosos de sus parientes ya veteranos. Posteriormente, disfrutamos juntos de un cafecito con panes y galletas, muy conversado, antes de despedirnos afectuosamente con los mejores deseos hasta la próxima.
En una época de tanta desintegración familiar, esta tradición de los almuerzos campestres transgeneracionales de los de Mézerville representa una gran bendición para todos, pues consolida el sentido de pertenencia y nos solidariza a unos con otros como familia extensa. Más aún, nos hace valorar nuestras propias raíces, cuando recordamos a los padres, abuelos y bisabuelos que nos precedieron, y, en consecuencia, nos permite tomar conciencia del legado que deseamos trasmitir a las nuevas generaciones de continuar promoviendo, en el futuro, este tipo de encuentros.