En verdad, la convivencia que tuvimos con un grupo muy amplio de personas, que nos recibieron en el castillo y en el pueblo Mézerville, se vio revestida por ciertos momentos y experiencias muy singulares, incluyendo alegres cantos y un poema en francés. Aquel fin de semana, cuando visitamos Mézerville, todos los miembros del grupo nos pusimos unas camisetas estampadas con el diseño del castillo, realizado por nuestro primo Guillermo Madriz. Ese sábado, al mediodía, iniciamos con una Eucaristía celebrada en la capilla del pueblo. El abad de un monasterio cercano fue quien presidió la misa y Jacques De Michelis nos dio la bienvenida. Nosotros nos sentamos al frente, mientras que los vecinos, invitados al evento, llenaban el resto de las bancas. Nuestra participación fue muy activa, ya que Ana Lorena y Olguita, que son francoparlantes, realizaron las lecturas, y yo había practicado, de antemano, con el organista, mi canción “Presencia y Misterio”. De manera que la entonamos todos juntos, a la hora de la comunión, siguiendo en unas hojitas las estrofas en español y el coro en francés.
Concluida la ceremonia religiosa pasamos a la entrada del Castillo de Mézerville, donde nos presentamos ante ellos en su propio idioma, con unas frasecitas preparadas previamente, además de entregarle al alcalde un libro ilustrado sobre Costa Rica y una artesanía en madera con nuestro escudo nacional. Fue un momento de palabras elocuentes, de ambas partes, sobre el significado de nuestro encuentro. Ellos también quisieron correspondernos, a cada pareja, con una muestra de sus productos gourmet, envueltos en celofán y con un lindo lazo.
Posteriormente pasamos al comedor principal del castillo, donde nos encontramos una gran mesa colmada de carnes sabrosas y ensaladas, junto con un buen vino tinto, que aderezó nuestra conversación informal entre unos y otros, combinando ambos idiomas, para irnos conociendo más de cerca. Cuando ya concluíamos la comida, le pedí permiso a Jacques para dirigirme a los comensales, que formaron un gran semicírculo alrededor de la mesa, atentos a mi mensaje. Con palabras en francés, que había venido preparando en mi mente desde esa mañana, les conté de la relación que tuvimos mi hermano Jorge y yo, de niños, con nuestra tía abuela Esther de Mézerville, “Teté”, quien nos inculcó siempre el amor por la familia y por la tradición francesa de nuestros ancestros. Por eso nos enseñó a declamar un poema de Théodore Botrel, titulado “Pour être heureux” (Para ser feliz), que entregué primero en ambos idiomas, como separador de libros, antes de recitárselos. Al concluir mi declamación, varios de ellos, emocionados, empezaron a entonar unas coplas populares, que nuestra prima Olguita se sabía, por lo que se les unió con gran entusiasmo. Aquello fue el inicio de una animada tertulia, con cantos espontáneos, brindis y carcajadas, que nos unieron a todos al identificarnos con un mismo pueblo llamado Mézerville.
Al día siguiente, domingo, visitamos primero la localidad y la iglesita de Santa Camila, patrona de mi abuelo Camilo, antes de llegarnos al almuerzo, como invitados de honor en la Alcaldía de Mézerville. Fue también un evento especial, en el que degustamos del platillo que le ha dado renombre a esa región, una cazuela de pato con frijoles blancos y chorizo, además de panes, ensalada y vinos. Para entonces ya nos sentíamos en mucha confianza unos con otros, lo que condujo a formar un grupito para cantar tonadas, siguiendo las letras de un cancionero popular, entre las que destacó “Magali”, dedicada a mi cuñada. Al final, el cierre del convivio fue en el gran comedor del castillo, donde le entregamos a Jacques y a Béatrice los detallitos personales que les traíamos, a manera de recuerdo, de cada uno de nosotros, y en agradecimiento hacia ellos.