En nuestro viaje familiar a Mézerville, al llegar a Castelnaudary se completó el grupo de los catorce expedicionarios, representantes de tres generaciones en nuestra familia. Por la rama de Mézerville Zeller íbamos Gaston y María Helena, junto con nuestra hija Claire Marie, así como mis hermanos, Jorge y su esposa Magaly, Denise y su esposo Efraín. Además de nosotros estaban los tres primos: Olga y sus dos hermanos, Marco y Guillermo Madriz de Mézerville, éste con su esposa Ana Lorena, así como Elvira, la hija de Olga, con su esposo Rodolfo Gil y su niña pequeña Ma. Fernanda. Olguita ya había visitado esos lugares recientemente con el fin de recabar información genealógica de la familia, e hizo todos los contactos para que nos recibieran en el castillo y en la alcaldía de Mézerville, además de contratar un microbús que nos facilitara transitar por aquella región de fortalezas y castillos centenarios. Así, visitamos primero la fortaleza de Montségur, situada a 1207 metros de altura, en el departamento francés de Ariège, sobre la cima de la montaña del Pog. Los restos de Montségur, que aún se conservan, fueron levantados en el Siglo XIII, tras la derrota de los cátaros. Este fue su último reducto y es de muy difícil acceso, lo que facilitó su defensa. Hasta allí subimos ocho de los primos Mézerville, para contemplar una vista impresionante desde esa fortaleza que domina todo el valle. Posteriormente, bajamos a almorzar a la ciudad de Foix y llegamos al famoso castillo que perteneció por varios siglos a los condes de Foix. Erigido sobre una colina, en el medio de la ciudad, se destacan en él dos torres cuadradas y una redonda. Las torres cuadradas, una cubierta y otra descubierta, son de las partes más antiguas, remontando su antigüedad a los Siglos XIII y XIV, aunque fueron construidas sobre elementos existentes con anterioridad, mientras que la redonda data ya del Siglo XVI. Según la tradición oral que recibimos en nuestra familia, se hablaba de que algunos antecesores residieron en Foix, por lo que fue muy emocionante recorrer esos lugares originarios de nuestros ancestros.
Mézerville, por su parte, es un poblado al sur de Francia, en el departamento de Aude, perteneciente al distrito de Carcassonne y al cantón de Salles-sur-l’Hers. Desde jóvenes habíamos tenido noticia, y hasta vimos fotos enviadas por un conocido, de un castillo en estado ruinoso, junto a una capillita, lo que despertó la ilusión de llegar por allá algún día. Cuatro décadas más tarde, el sueño se convirtió en realidad. Olguita preparó el camino para que un fin de semana nos recibieran Jacques De Michelis y su esposa Béatrice Steiner, dueños del Castillo de Mézerville, así como el alcalde del pueblo y un grupo de unos cuarenta vecinos. A ellos les complacía atender a los miembros de una familia que tiene el nombre de su pueblo y a nosotros nos impresionaba visitar el poblado de donde partió hacia América nuestra tatarabuela Amélie, junto con sus dos hijos, Emile y Camille, a mediados del Siglo XIX. Tuvimos primero una misa en la capilla, junto al castillo, para luego intercambiar regalos y palabras significativas en el patio frontal de la edificación, donde se apreciaban los trabajos de restauración realizados por sus dueños. Posteriormente, en el amplio comedor todos compartimos, en amena conversación, un ágape de carnes frías, ensaladas y vinos, antes de ser guiados por Jacques, nuestro anfitrión, a un recorrido por las habitaciones y los alrededores del castillo. Al día siguiente, ellos quisieron honrarnos en la alcaldía con una “cassoulet de canard” (cacerola de pato), su platillo regional, y concluimos la visita junto a Jacques y Béatrice, donde les entregamos unos recuerditos que apreciaron mucho.
Nuestro último día en esa región lo dedicamos a conocer la ciudadela fortificada de Carcassonne, que constituye la parte más antigua del núcleo poblacional de esta comuna francesa. Construida sobre las bases conservadas desde la Edad Media, tras un período de abandono, esta gran ciudad amurallada fue restaurada a partir de la segunda mitad del Siglo XIX y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1997, hoy en día es uno de los centros turísticos más visitados de Francia. El almuerzo que compartimos todos juntos, en unas mesitas al aire libre de un restaurante típico francés, fue nuestra despedida familiar. De esta manera, con la visita a Carcassonne, finalizó nuestro recorrido por esta serie de imponentes fortalezas y castillos, en el sur de Francia, incluido el Castillo de Mézerville, que lleva nuestro nombre.