A través de los años y por distintas razones únicamente algunos primos de Mézerville nos manteníamos cercanos, mientras que los encuentros familiares ocurrían solo de vez en cuando. En particular con mi primo León, como médico, lo seguíamos viendo regularmente en consulta, así como con Patricia Coto de Mézerville por nuestra afinidad en el ámbito religioso. Olguita Madriz de Mézerville nos había invitado en una ocasión a los primos, junto a sus hermanos, para celebrar la visita de otras primas nuestras, residentes en El Salvador. Fuera de eso, sólo otra vez nos reunimos, convocados por León, en la quinta de Ciudad Colón. No obstante, gracias al documento de viaje, sellado en Puntarenas, que dejó la tía abuela “Teté” al morir, yo tenía muy presente que en agosto de 1998 se cumplirían los cien años de la llegada de los abuelos a Costa Rica. Por consiguiente, y con mucha antelación, empezamos a hacer planes para una gran celebración familiar. Los preparativos incluyeron varios meses de comunicados con todos los miembros de la familia, de manera que reservaran el día. Asimismo, confeccionamos e imprimimos un folleto con la historia de los de Mézerville, incluidas fotos, algunas cartas y los árboles genealógicos de todas las ramas, desde mediados del Siglo XIX hasta esa fecha. Más aún, con Patricia, en el rol de la bisabuela Noemí, y de varios primos jóvenes, escogidos según su edad, para representar a Emilio, Leonor, Camilo, Esther, Jules y Leon, se montó una pequeña obra teatral, con los atuendos de la época, sobre el suceso de su llegada al país. Además, un padre amigo accedió a celebrarnos una misa al aire libre en la quinta de Anita y León de Mézerville en Ciudad Colón.
Cuando llegó la famosa fecha que deseábamos evocar, más de cien miembros de cuatro generaciones de la familia de Mézerville nos reunimos a lo largo de un día que resultó esplendoroso, a pesar de estar en la época lluviosa. Para incluir en la misa, habíamos preparado una lista de todos los antecesores, hasta la tatarabuela, Amélie Coupé de Mézerville, nacida hacia el año de 1820, e intercedimos ante Dios por ellos, recordándolos a cada uno por su nombre.
Posteriormente, se realizó la pequeña obra en la que León, tras un escritorio, actuó como el funcionario de migración en Puntarenas, quien debía aprobar la entrada al país de cada miembro de la familia de Mézerville Ossaye. Tras interrogar a la bisabuela, le fue revisando los documentos a cada muchacho y les hacía preguntas sobre su procedencia. En el caso de Camilo y de León, que se convirtieron en los abuelos nuestros, al decir su nombre y su edad deteníamos la escena, para que sus descendientes se pusiesen de pie y darles un gran aplauso. Fue algo muy conmovedor constatar cómo, de ellos dos, habían surgido luego las dos ramas de esta gran familia.
Tras finalizar la obra entregamos los folletos, preparados de antemano con el apoyo de Patricia Coto de Mézerville, de forma que pudiéramos conservar un relato histórico ilustrado y una genealogía familiar. Pasamos, entonces, al almuerzo campestre, seguido de la toma de fotografías por generaciones y de una panorámica de todo el grupo. Por la tarde, se organizó un partido de fútbol entre jóvenes y mayores, ante una concurrencia entusiasta, y concluimos con un tiempo de café, todos muy agradecidos por la oportunidad de este encuentro. En ese gran día, habíamos compartido nuestras vidas con parientes queridos a quienes veíamos poco, convencidos ahora de seguirnos reuniendo, como lo hemos hecho anualmente durante las siguientes dos décadas. Así se ha venido cumpliendo el sueño de la tía abuela Esther de Mézerville Ossaye, “Teté”, quien tanto se esforzaba por reunir a las dos ramas de San José y de Tres Ríos de la familia de Mézerville.
A continuación se presentan las fotos de los miembros de cada una de esas cuatro generaciones, que tuvimos el privilegio de participar en la celebración del Centenario de la llegada de los de Mézerville a Costa Rica, para que las podamos preservar en nuestra memoria familiar.