Aunque después de la muerte de don Camilo, en 1946, el tío Julio continuó siendo “el hombre de la casa”, fueron las tías quienes determinaban la dinámica del hogar, caracterizado éste como un lugar de acogida para los nietos. Los hijos de la tía Tencha y el tío Marcos fueron los primeros en disfrutar de la hospitalidad de este segundo hogar. Así, Olguita, Marco, Guillermo y María se mantuvieron siempre cercanos y, ya fallecidas Mamita y el tío Julio, velaron por el bienestar de las tías hasta el final de sus vidas. Por su parte, los hijos del tío Coque y la tía Maruja, durante su infancia y adolescencia, visitaban todos los domingos la casa de la abuelita. Por esto Gaston, Jorge y Denise recuerdan los almuerzos dominicales, en que saboreaban una deliciosa chuleta de cerdo, con arroz, frijoles y papas tostadas caseras, sin faltar la tapita de chocolate “Gallito” que Mamita obsequiaba como postre. No obstante, fueron los hijos del tío Quique y la tía Íside quienes más hicieron de “la casa de las tías” el hogar donde pasaban a diario, sobre todo tras la muerte de Íside, en 1971, y de Enrique, en 1985. Si bien de los cuatro de Mézerville Robles, Eduardo hizo vida independiente al casarse con Elliette Baudrit, sus hermanos Enrique, Ileana y Javier se sumaron a la dinámica familiar de las tías, quienes prácticamente los adoptaron como hijos. Ileana falleció en 1986, pero sus hermanos continuaron apoyados por ellas hasta que, en 1998, debieron trasladarse al Hogar de Ancianos de Colima, en Tibás. Allí vivieron las tías Nena y Fechi sus últimos años, protegidas especialmente por sus sobrinos Madriz de Mézerville, y visitadas por los demás, sobre todo por parte de Eduardo y su hija Arline, pues se habían granjeado el cariño de ellos con su dedicación y afecto. Eugenia fue la más longeva, ya que falleció recién cumplidos los cien años, y Felicita de noventa y cinco, la última de su generación en la rama de los de Mézerville Quirós.