Noemí, conocida como Mimí, se casó de veintidós años con Aquileo Coto, en 1943, y formaron un matrimonio estable y fiel. Aquileo fue alguien sumamente trabajador, tractorista de la empresa Miller, que construyó la carretera interamericana en los sectores norte, en Guanacaste, y Sur, desde el Cerro de la Muerte hasta San Isidro. Luego de esos proyectos continuó como maestro de obras para el MOPT. A veces se iba un par de semanas, por lo que la ilusión de sus hijos era verlo llegar de “la carretera”, con regalos de allí donde venía. Entonces, los sentaba en la mesa y les empezaba a repartir, equitativamente, haciendo un puñito para cada uno. Podían ser mangos, naranjas o jocotes y, hasta en cierta ocasión, una ardillita, si bien ésta no se podía dividir en pedacitos. Sus hijos recuerdan que en su vida de casados se quisieron mucho y que a diario gozaban, junto con su hermano y cuñado Hernán, cuando se reunían por las noches después del trabajo. Mimí, por su parte, también se entregó de corazón a la crianza de sus seis hijos: Ana Lucía, Enrique Eduardo, Rodrigo, Guillermo, Patricia y Aquileo. Siempre fue una mamá sacrificada, comprensiva y atenta a las necesidades de su familia, al punto de ganarse la confianza de cada hijo, pues cada uno, a su manera, la buscaba para contarle sus asuntos personales más íntimos. Asimismo, Aquileo acompañaba a su esposa Mimí en sus actividades, ya fuera con la Cruz Roja, en la que hasta manejaba una ambulancia, o para las reuniones de los Catecúmenos, donde lo integraron de forma “ad honorem”. Un hecho muy especial es que Aquileo manifestaba siempre ser un de Mézerville, refiriéndose a su estrecha relación de hermandad con Hernán, decía él, aunque no compartieran la misma sangre. Al final, él quiso incluso ser sepultado en la tumba de los de Mézerville.