1971. Invitación de “Teté” a los de Mézerville para conservar la unidad familiar.

1971. Invitación de “Teté” a los de Mézerville para conservar la unidad familiar.

Más allá de ser un personaje renombrado en el ámbito nacional, Esther de Mézerville Ossaye, “Teté”, fue una mujer entrañable en el seno familiar. Ella visitaba regularmente los hogares de sus sobrinos casados, para también dedicarle un tiempito a sus sobrino-nietos, cuando eran pequeños. Con los parientes de Tres Ríos se llegaba de forma semanal en domingos y con los de San José entre semana. Por ejemplo, en la casa de Jorge, quien también era su ahijado, la recibían los jueves por la noche. Además de compartir la cena, les leía personalmente a los niños un cuento ilustrado antes de dormir, que dejaba de regalo, y permanecía luego un rato más platicando con sus padres. Para las Navidades, su visita a Tres Ríos la realizaba en vísperas de Nochebuena, mientras que la parentela de San José se llegaba hasta su casa de la Granja el propio día de Navidad. En ambas visitas, ella le tenía un regalito personalizado a cada uno, el cual venía preparando desde meses atrás. Para los menores, el presente tan esperado era a veces un monedero o una pequeña alcancía con monedas relucientes, que los dejaba deslumbrados. Así se granjeaba el cariño de la familia con su cercanía, calidez y sabios consejos. El domingo 4 de abril de 1971, la semana de su fallecimiento, los recibió a todos los parientes de Mézerville por última vez en el vestíbulo, a la entrada de la residencia que compartía con las hermanas Pilar y Carmencita Madrigal Nieto, en el barrio La Granja. Aunque sufría de un quebranto serio, ese día se encontraba más animada y reiteró su invitación de siempre para permanecer unidos. Además, comentó que nadie puede garantizarse la felicidad en la existencia, pero que es posible cultivar, con esfuerzo, una vida interesante, y así ser sorprendido a menudo por momentos felices e inesperados. Teté falleció el 10 de abril, a los 88 años, y su cuerpo fue velado con una guardia de honor permanente en el gran salón del edificio central de la Cruz Roja. Sus sobrino-nietos, ya jóvenes, cargaron su féretro por 600 metros hasta la iglesia de las Ánimas, mientras sonaban las sirenas de las ambulancias, como un homenaje de despedida a alguien que marcó la existencia de tantas personas a su paso por la tierra.

Su féretro fue trasladado en hombros, desde la Cruz Roja a las Ánimas y al Mausoleo de don Justo Quirós