Mis recuerdos más antiguos de mi tía abuela Esther de Mézerville, a quien cariñosamente llamábamos “Teté”, se remontan a sus visitas a nuestra casa todos los jueves por la noche. Allí compartíamos la cena y luego nos leía personalmente un cuento ilustrado, antes de dormir, que traía siempre de regalo cada semana. Posteriormente se quedaba un rato platicando con mis padres. Parece ser que, de infante, yo continué usando chupeta por mucho tiempo e incluso cargaba una de repuesto por si acaso. De manera que una noche en que Teté se sintió un poco mareada, durante su visita semanal, le aconsejaron recostarse en un sofá junto a mi camita para reponerse. Yo tendría poco más de dos años y cuentan que, al verla malita, le dije para animarla: “Teté, ¿quiere chupeta?”. Nada sabía yo, en ese entonces, de que ella había sido nombrada en 1949 como la primera “Mujer del Año” en Costa Rica. Así nuestro país le reconocía su liderazgo en las luchas sociales por los derechos de la mujer. Ella fue también directora destacada del Colegio de Señoritas y del Colegio Metodista, además de fundar las “damas voluntarias” de la Cruz Roja y una sociedad benéfica que llevaba su nombre, la “Asociación Esther de Mézerville”, que apoyó por muchos años al Hogar de Niños de Fray Casiano de Madrid. Incluso aparece como personaje relevante en una de las novelas del escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, Premio Cervantes 2017, donde retrata su significativa influencia sobre la reconocida escritora Yolanda Oreamuno en su época colegial. Sin embargo, en nuestro entorno inmediato la recordamos, sobre todo, por sus sabios consejos, su calidez y su cercanía. La casa en barrio la Granja, donde vivió por años con las hermanas Madrigal Nieto, era el punto de encuentro de mis papás, tíos y primos los días de Navidad, pues ella fue siempre un puente de unión entre las dos ramas de la familia de Mézerville, la de Tres Ríos y la de San José, una tradición de reunirnos que aún cultivamos.
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